Negro Revancha (Ilustra Antonio Labella)

Se sorprendió, recordando el agua de aquel río por el que solían pasar algunas noches, en las que caminaban, cerrándose los cuellos de las chaquetas, intentando engañar al viento frío que cortaba la respiración y las ganas… Hacía años de aquello, pero de vez en cuando venían recuerdos a su cabeza, entonces aquel fantasma, como una sombra, caía con fuerza, le robaba el hambre y las ganas, como el viento frío, de aquella época.

Siempre se veían de noche, y siempre caminaban, lo preferían, a tener que encontrarse en algún lugar cerrado, cara a cara, lo preferían a la obligación de la conversación, a mirarse a los ojos bajo la luz de una barra de bar. Solo dejaban de andar para hacer el amor. Cuando terminaban, ella daba vueltas… no podía dormir, se levantaba, se vestía y salía a la calle, para seguir caminando, siempre de noche, siempre a la sombra de aquel fantasma que todavía no era fantasma, pero que desde el primer momento se perfiló como eso que ya no es de este mundo.

Cuando conseguía llegar a su casa, hacía café, siempre aquella triste cafetera, no podría dormir, nunca podía… Nunca después de haber tenido tan cerca al único testigo de ese sucio juego, que nunca quiso serlo, pero que lo fue desde el principio. Odiaba esos juegos, nunca imaginó que finalmente acabaría haciéndolo tan bien. Ella era de palabras, ella era de verdades, pero ella mentía como todos, ella nunca hacía daño, pero él acababa con heridas supurantes de rabia.

Él podía dormir solo cuando ella o cualquiera, se iba, nunca le gustó dormir acompañado, y nunca lo decía, pero todas lo sabían, y todas se escurrían de las sábanas en cuanto él fingía el sueño. Él, como su padre le enseñó, nunca desplantó a una dama, pero todas acababan estancadas en esa especie de fango que se forma a la orilla de un río que corre, desechando discretamente lo que no le interesa.

Y fue ella la que diluyo el fango que estancaba, con el negro de la revancha, ella que es de palabra, ella que es de verdades…

Se sorprendió recordando todas estas cosas, mientras fumaba un cigarrillo y sentía, como cada día, el peso de la pena que una venganza no supo aliviar.