LUCAS: Deslumbrado JADE: Joya




LUCAS: Deslumbrado

JADE: Joya


- Por que la vida es un continuo sueño - Dijo Lucas.

Ella, frente a la chimenea quedó pensando, no tenía ganas de contestar, no tenía ganas de hablar, solo pensar, pensar en lo que Lucas decía, pensar en el fuego, en el calor.

-  Creemos que existe una continuidad en nuestra existencia, pero todos son saltos en el espacio, saltos en el tiempo, en la conciencia… nuestra cabeza es capaz de llevarnos de un lado para otro sin consentimiento, y sumergirnos en el mundo de las sensaciones, sin que podamos oponernos -

Jade estaba sumergida, sin quererlo en las frases de él, haciendo nudos con los hilos de su voz.

Jade, Jade de entrega, de verdad, de ser, Jade de sentir, a estas alturas, se deja mecer por alas de grandes pájaros, por noches de no soledad, por noches vivas, por saltos en el tiempo y el espacio.

Lucas seguía hablando, Lucas pensante, Lucas espinoso, difícil, sigue relatando sus tormentos, habla con miedo, habla por miedo, Lucas temeroso de la vida, intenta encontrar soluciones a lo inevitable, se declara en guerra con su vida, con su sentir, con su camino, mientras Jade se mece en su ruina sin saberlo.

Siguieron allí durante días delante de la candela, Lucas narrando su camino, hizo una pregunta, pero Jade callada, ya no se encontraba allí, Jade desaparecida, desaparecida bajo la colcha de pensamientos que durante tantos días había tejido para Lucas.

CELESTE: Habitante del Cielo OTÓN: Montaña


CELESTE: Habitante del Cielo.

OTÓN: Montaña

Atardeció en aquella playa solitaria en la que estaban solitariamente juntos Celeste y Otón.

Celeste decidió dormir allí aquella noche, no tenía otros planes y prefería estar cerca del mar, que en aquella pequeña ciudad, a la que el destino le había llevado, y en la que sentía que se ahogaba de tristeza. Le gustaba la soledad, mirar el cielo mientras escuchaba las olas, sentir el sol calentando su pelo por la mañana, el primer baño, cuando más caliente está el mar, guardar el gran saco de dormir su pequeña funda, hacer té con restos de agua que el termo guarda aún caliente, rancia.

En aquel momento pensó que hacía tiempo que no se sentía tan tranquila, sola, fuerte, pulcra, al calor del poco Sol que en el cielo todavía brillaba, había dejado de contar los días que faltaban para que algo pasara, algo, nunca sabía lo que tenía que pasar, pero siempre esperaba algo que no llegaba, esa tarde por un momento, dejó de tener aquella sensación, comenzó a desear una línea horizontal, línea continua, línea recta, sin cortes, línea serena de vida y de muerte.

Otón, al que todos llaman Oto, se encontraba en la misma playa, en el mismo atardecer, bajo el mismo cielo, esperando desesperado la llegada de la Luna, esperando que algo calmara su sed. Oto esperaba, como esperaba Celeste, pero ya Celeste abandonó la espera, Oto no, él ansiaba decir cosas que no podía, ansiaba que las olas trajeran lo que él no era capaz de ir a buscar, por eso Oto nunca ofrecía nada, Oto no podía amar, no sabía amar, Oto de espuma, que desaparece entre las aguas, Oto que no sabe mirar su cielo, que quiere soledad, no mostrarse, Oto invisible, pero ansioso, por querer mostrarse, por querer ser otro.

Celeste tranquila, observaba a Oto en fuego, lo observaba desde la altura de su cielo cálido y suave, decidió acercarse, para compartir soledad. Celeste libre, Celeste natural, se sentó a su lado y le contó la maravilla que era para ella dormir en la playa, dormir bajo el cielo, bajo la luna, que como si de acuarela estuviera pintada, se transformaba por segundos, pero Oto negro, no entendía nada, por que él huía, deseaba la noche por que escapaba del día, deseaba el día por que huía de la Luna.

Celeste luz, Celeste compasiva, acarició su piel, besó su cara, sus manos, abrazó su cuerpo, Oto desde la azotea del Cielo Celeste, se asomó a su propia mentira, mentira sin sentido, mentira pequeña pero grande, mentira de sueños de ser lo que no se es, mentira de pesadilla, mentira oscura de blanca Luna, mentira de días tristes, mentira de pocas alegrías.

Al amanecer Celeste habitante del Cielo, se levantó sola, Otón de Luna blanca, no estaba con ella, por que Otón ya no era ella, Celeste Otón, Celeste oscura, se había deshecho en la espuma de las olas, Celeste ahora era libre, era línea recta de sosiego, era su propia vida.

BELTRÁN: Que lleva un escudo refulgente. ELENA: Luz


BELTRÁN: Que lleva un escudo refulgente.

ELENA: Luz

Se levantó gracias a la fuerza de la inercia, sin conocer siquiera uno de los motivos que le acercan a la vida, sin fuerzas, solo inercia, esa energía que deja su rastro en los hábitos de las personas y nos salva de lo innombrable.

Elena no había aparecido por su cama aquella noche, Elena estaba cansada, cansada de intuir que las cosas no salían bien, agotada de luchar con el escudo de Beltrán, de sus no palabras por la mañana, mientras hacía el café triste en la cafetera triste, en la cocina triste, con el frío triste, con su apagada luz triste. Por todo esto y por más Elena, había decidido no verlo aquella noche, se quedo en su casa, llena de luz, recargando su batería de faro, bella, paciente, fuerte y agotada.

Beltrán notó su vacío en la cama, como buen guerrero, se dedicó a hacer que nada importaba, construyendo un escudo de soberbia y escarcha que se derretía por minutos.

Sin subir la persiana se vistió con la misma ropa del día anterior, fue a la cocina a hacer café triste y oscuro en su cafetera triste y sucia.

Cuando volvió a la habitación y se miró al espejo solo vio una nube, nube de polvo, nube de niebla, nube, nube que traspasa su invisible cuerpo, su cuerpo de escurridizo cemento, su cuerpo pequeño que ya no es saco de huesos, su cuerpo sin cuerpo, cuerpo de niebla, cuerpo de no tocar, cuerpo irreverente y altivo, cuerpo sin forma, no cuerpo, solo niebla...

Cuando abrió la ventana, sintió que la niebla había convertido su escudo, su mundo, en algo tan invisible que la luz de Elena, nunca jamás, podría volver a tocarlo.

Elena en casa, en su casa de luz, Elena recargada, Elena llena, bella y fuerte, brilló tanto, tanto, que estalló en una nube de calor, de amparo, de tibieza, nube que se pega a los cuerpos de los que se acercan a su casa, para dejar en ellos impreso la fuerza que Beltrán no supo acariciar.

AMAYA: El principio del fín; BRUNO: Oscuridad http://zonaliteratura.com.ar/?page_id=895



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AMAYA: El principio del Fin

BRUNO: Oscuridad

Esa mañana Amaya se levantó con las manos más frías de lo normal, y se preguntó, si se estaría convirtiendo ya, del todo, en un bloque de hielo. Recogió sus cosas rápidamente, se tomó un paracetamol y salió de aquella casa, que nunca le terminó de gustar, entre otras cosas, por el frío que salía de las grietas de las baldosas, y por que el aire se condensaba en los cristales de tal manera que le daba la impresión que iba acabar ahogada entre agua de gemidos.

Pasó por la misma calle, que siempre miraba con melancolía, intentando encontrar algún rastro de la noche anterior que le derritiera el hielo que iba avanzando por todo su cuerpo pero no había ni rastro, aquello no había pasado.

Se dirigió a su coche, y como todas las mañanas, sabía de memoria los pasos que había de dar, pero algo había cambiado y las cosas ya no estaban donde debían estar, siempre guardaba las llaves del coche metódicamente en el bolsillo derecho del bolso y esa mañana estaban en su pantalón, el disco de Radiohead que escuchaba de manera obsesiva una y otra vez ya no se estaba puesto, ahora en cambio tenía uno que ni siquiera conocía, una música balcánica que nunca le gustó.

Pensó que tenía tiempo de pasar por su casa, antes del trabajo, tomarse un café y pensar un poco en el porqué de aquella sensación tan extraña. No sabía a que podía deberse, nunca se quedaba con buen sabor de boca después de dormir con Bruno, pero ese día se sentía más vacía de lo normal. Bruno era un una persona extraña y oscura, que propiciaba sentimientos de toda clase, a veces le daba pena, era una persona atormentada, en otras ocasiones llegaba a darle miedo, lo poco que lo conocía después de tanto tiempo, pero se sentía sola y cuando estaban juntos, él le hacía sonreír.

Llegó a su casa con tiempo suficiente, llenó la bañera puso, su disco de Radiohead y se metió dentro con un café y un cigarro de liar. Al meter el primer dedo del pié sintió que todo el hielo que tenía en el cuerpo amenazaba con derrumbarse, con esa, la primera sensación placentera de todo el día, se metió de lleno en el agua, encendió su cigarro, y comenzó la procesión. – Bruno… Bruno de escarcha, que poco dura el calor que desprendes, que efímero es tu cielo, Bruno, que solo quieres desaparecer en la oscuridad, que te resbalas entre mis manos, para irte a lugares donde yo no puedo entrar, Bruno, por que tu nombre es oscuro, como lo que te rodea, y yo te rodeo Bruno, y en hielo me convierto, cada día que pasa, tu granizo me inunda y me amorata la piel con sus golpes, Bruno…

Y así relatando, Amaya se convirtió en estatua de hielo, que encontrarán mucho tiempo después en la bañera de su solitaria casa… Nunca nadie sabrá de Bruno, pero vivirá eternamente, como una barra de hielo que se deshace para hacerse charco y más tarde condensarse en las ventanas de algún lugar habitado por amantes.