BELTRÁN: Que lleva un escudo refulgente. ELENA: Luz


BELTRÁN: Que lleva un escudo refulgente.

ELENA: Luz

Se levantó gracias a la fuerza de la inercia, sin conocer siquiera uno de los motivos que le acercan a la vida, sin fuerzas, solo inercia, esa energía que deja su rastro en los hábitos de las personas y nos salva de lo innombrable.

Elena no había aparecido por su cama aquella noche, Elena estaba cansada, cansada de intuir que las cosas no salían bien, agotada de luchar con el escudo de Beltrán, de sus no palabras por la mañana, mientras hacía el café triste en la cafetera triste, en la cocina triste, con el frío triste, con su apagada luz triste. Por todo esto y por más Elena, había decidido no verlo aquella noche, se quedo en su casa, llena de luz, recargando su batería de faro, bella, paciente, fuerte y agotada.

Beltrán notó su vacío en la cama, como buen guerrero, se dedicó a hacer que nada importaba, construyendo un escudo de soberbia y escarcha que se derretía por minutos.

Sin subir la persiana se vistió con la misma ropa del día anterior, fue a la cocina a hacer café triste y oscuro en su cafetera triste y sucia.

Cuando volvió a la habitación y se miró al espejo solo vio una nube, nube de polvo, nube de niebla, nube, nube que traspasa su invisible cuerpo, su cuerpo de escurridizo cemento, su cuerpo pequeño que ya no es saco de huesos, su cuerpo sin cuerpo, cuerpo de niebla, cuerpo de no tocar, cuerpo irreverente y altivo, cuerpo sin forma, no cuerpo, solo niebla...

Cuando abrió la ventana, sintió que la niebla había convertido su escudo, su mundo, en algo tan invisible que la luz de Elena, nunca jamás, podría volver a tocarlo.

Elena en casa, en su casa de luz, Elena recargada, Elena llena, bella y fuerte, brilló tanto, tanto, que estalló en una nube de calor, de amparo, de tibieza, nube que se pega a los cuerpos de los que se acercan a su casa, para dejar en ellos impreso la fuerza que Beltrán no supo acariciar.

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