BELTRÁN: Que lleva un escudo refulgente.
ELENA: Luz
Se levantó gracias a la fuerza de la inercia, sin conocer siquiera uno de los motivos que le acercan a la vida, sin fuerzas, solo inercia, esa energía que deja su rastro en los hábitos de las personas y nos salva de lo innombrable.
Beltrán notó su vacío en la cama, como buen guerrero, se dedicó a hacer que nada importaba, construyendo un escudo de soberbia y escarcha que se derretía por minutos.
Cuando volvió a la habitación y se miró al espejo solo vio una nube, nube de polvo, nube de niebla, nube, nube que traspasa su invisible cuerpo, su cuerpo de escurridizo cemento, su cuerpo pequeño que ya no es saco de huesos, su cuerpo sin cuerpo, cuerpo de niebla, cuerpo de no tocar, cuerpo irreverente y altivo, cuerpo sin forma, no cuerpo, solo niebla...
Cuando abrió la ventana, sintió que la niebla había convertido su escudo, su mundo, en algo tan invisible que la luz de Elena, nunca jamás, podría volver a tocarlo.
Elena en casa, en su casa de luz, Elena recargada, Elena llena, bella y fuerte, brilló tanto, tanto, que estalló en una nube de calor, de amparo, de tibieza, nube que se pega a los cuerpos de los que se acercan a su casa, para dejar en ellos impreso la fuerza que Beltrán no supo acariciar.
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